diumenge, 6 de març del 2011

Distancias

Cuando eres feliz no lo sabes. Te das cuenta de ello cuando ya no lo eres. Y entonces sientes que te dan ganas de llorar y no entiendes el porque. Lloras y lloras. Te gustaría viajar atrás en el tiempo, retroceder y volver a vivir esos días en los que sonreías sin darte cuenta. Añoras esos días. Te sientes vacío y desorientado.

Esa semana blanca ha sido impresionante. Empezó el domingo con un largo viaje en coche. Íbamos con los padres de mi amiga. Después de escuchar unas setenta canciones y de parar a comer, llegamos al fin al apartamento. Era muy acogedor. El pueblo en el que estábamos era más bien turístico, pero el paisaje era precioso, te dejaba sin palabras. Hacía mucho frío pero no nos importaba. Nos instalamos y cenamos. Mi madre llamó para saber como había ido el viaje. Hablé con ella y le conté que todo era perfecto. A la mañana siguiente me desperté con mucha energía, nos íbamos a esquiar. Estaba muy contenta. Me encanta esquiar. Si viviese en las montañas seguro que haría esquí como deporte. Pero no vivo en la montaña. De camino a las pistas no podía apartar mi vista de el paisaje. Me quedaba embobada. Era increíble. Cuando llegamos a pista estaba impaciente para esquiar. Hacía muchísimo frío. A las doce teníamos cursillo con un monitor durante tres horas. El primer día nos hicieron bajar por una pista para ver que nivel teníamos. Nos pusieron con un monitor viejo y no muy simpático. No me gustaba nada. En el grupo todo eran niños pequeños y nosotras sabíamos esquiar mucho mejor que ellos. Ese día fue muy aburrido. Al terminar el cursillo comimos un bocadillo. Explicamos a los padres de mi amiga como nos había ido el cursillo, y ellos fueron a charlar con los de la escuela de esquí. Esquiamos hasta las cuatro, más o menos. Cuando llegamos al apartamento nos duchamos. Estábamos agotados. Nosotras hicimos algunos deberes. Cenamos y miramos una película. Luego nos fuimos todos a la cama.

La luz del nuevo día se colaba por la grieta de una pequeña ventana de nuestra habitación. Nos vestimos con la ropa de esquiar y bajamos a desayunar. El desayuno parecía de hotel. Según los padres de mi amiga debíamos comer bien para tener energía. Ese día salimos tarde, queríamos ser como máximo a las diez a pistas y no lo conseguimos. Cuando llegamos a la estación eran casi las once. Solo tuvimos tiempo de hacer dos bajadas que ya teníamos que ir con el monitor. Cuando llegamos delante de la escuela, a las doce en punto, nos encontramos con nuestro monitor que charlaba con otro de más joven y más guapo. Nos cambiaban de grupo. Iríamos con un grupo de adultos. El monitor era el mejor. Le caímos bien. Le hacíamos reír y aportábamos alegría y juventud a su grupo. Los compañeros del grupo eran muy simpáticos, mucho más que sus hijos. Ese día nos lo pasamos muy bien. No paramos de esquiar y bajamos por todas las rojas de la estación. El monitor nos llevó fuera pistas y nos lo pasamos de muerte. De camino a casa nos reíamos de nuestras caídas. El martes empezó la felicidad absoluta.

El miércoles esperaba con impaciencia que fueran las doce. Había gente nueva en el grupo. Un chico. El monitor nos dijo que nos lo había conseguido para nosotras y qué así podríamos ligar. Él estaba muy contento de tenernos en su grupo, se le notaba. Siempre que podía se reía de nosotras. Nos dejó solas con el chico en el telesilla. Pobre chico. Le hicimos muchas preguntas. Era un poco tímido, pero parecía majo. Tenía el mismo nivel que nosotras. Quería conocer bien al chico, porque me había propuesto hacer amigos. Resultó que el chico era de la misma provincia que nosotras. A las ocho o a las nueve llegaron mis padres al apartamento, se habían cogido unas pequeñas vacaciones.

Cuando desperté el jueves no se colaba luz por la ventana. Las nubes no me dejaban ver el sol y la ventana estaba cubierta de nieve. Hacía muchísimo frío, estábamos a cinco grados negativos. Los remontes de más arriba estaban cerrados. Nevaba. No sabía que la nieve tiene forma de flor. Quiero decir que pensaba que no tenía forma y resulta que si la tiene, y es simétrica y perfecta. Pero cada copo de nieve es distinto. Ese día aluciné. Se me congelaban los dedos de las manos y de los pies. No los notaba, y cuando los intentaba mover me hacía mucho daño. A las doce fuimos a delante de la escuela. Parecía que no iba a venir nadie más. Luego apareció el chico. Me alegré que al fin viniera. Ese día sólo eramos nosotros, los jóvenes, los más fuertes. Creo que debíamos esquiar a unos siete grados negativos y con el viento y la nieve, la sensación parecía de quince bajo cero. No veíamos el relieve cuando esquiábamos, era como esquiar con los ojos vendados.Al cabo de una hora más o menos, el monitor nos dijo que nos fuéramos a calentar en la cafetería. Nos estábamos congelando, pero yo no quería parar, quería esquiar. En la cafetería comimos un poco y nos vimos las caras. El chico se quito las gafas de esquiar y el gorro. Le miré, quería saber como era. Tenía unos ojos verdes preciosos, era moreno y alto. Era perfecto. Mi amiga y yo nos cruzamos la mirada. Era guapísimo. Al final me gustó haber parado en la cafetería. Le di un trozo de mi chocolatina. Me sonrió y yo a él. Luego nos pusimos los esquís otra vez. Bajamos una roja y nos paramos otra vez. El monitor nos dijo que le esperáramos. Empecé una batalla de bolas de nieve. Parecía que el chico se destensaba. Hicimos ángeles en la nieve e intentamos hacer un muñeco. Fue muy divertido. Charlé mucho con el chico. No quería que fueran las tres nunca. Pero inevitablemente y sin que nosotros podamos hacer nada el tiempo pasa, y las tres llegaron. Tuvimos que despedirnos, pero aún nos quedaba el viernes. El último día. Después de comer esquiamos hasta las cinco, ya bajábamos por todas las pistas. Eramos prácticamente los únicos que estábamos esquiando a diez grados negativos. Cuando nos íbamos hacia el aparcamiento nos encontramos al chico, le saludé. Me sonrió. Era muy feliz, pero yo no me daba cuenta.

El viernes pasó más deprisa de lo qué había deseado. Quería estar con el chico, charlar con él. Conocerle. También quería estar con mis amigas y con el monitor. Llegaron las doce y estaba eufórica. Hacía un día perfecto. Las tres horas del cursillo pasaron demasiado deprisa. Me dio mucha pena despedirme del monitor, me caía muy bien. Nos hicimos una foto con todos los del grupo. Le dije al chico que si querría venirse a esquiar con nosotras por la tarde, y me dijo que sí. La tarde fue lo mejor de todo. Esquiamos por fuera pistas y fuimos a hacer saltos. El chico nos enseñó pistas nuevas que no conocíamos. No quería que acabase nunca. Pero desgraciadamente el tiempo pasa sin que tu puedas hacer nada para evitarlo. Eramos los últimos que quedábamos en la estación. Nos despedimos del chico.

Cuando llegué a mi casa me puse a llorar. No entendía porque pero no podía parar. Me lo había pasado de maravilla y ahora ya se había terminado. Quiero volver a ver al chico, pero está a más de cincuenta quilómetros de mí. Además seguro que él ya no me recuerda. Ahora me siento extraña. Desorientada. No tengo hambre y siento cosquillas en el estómago. Creo que me he enamorado del chico, pero ya no lo voy a volver a ver. Cuando pienso en el viaje me pongo a llorar. Quiero retroceder en el tiempo, volver a vivir esta semana una y otra vez. Cuando me voy a la cama pienso en el viaje y en el chico. Y me duermo con una sonrisa en los labios. Tengo miedo de olvidar la cara del chico. Tengo miedo de olvidar estas vacaciones. Hacía mucho tiempo que no me sentía así de bien, y de golpe, así de mal. Quizás hubiera sido mejor no vivir estas vacaciones que parecen demasiado perfectas y así ahora no me sentiría tan perdida. No quiero volver a la rutina de siempre. No puedo dejar de pensar en el chico. Quiero volver a verlo y conocerlo. Quiero dejar de llorar o como mínimo saber porque lloro. Tengo miedo de no volver a ser así de feliz nunca más. Sin embargo, y a pesar de todo, no me arrepiento de nada.