Parecía ficción. Algunos llegaron a pensar que era el fin del mundo. Me sentía tan impotente por lo que estaban sufriendo. Y yo aquí, sin poder hacer nada. Me da rabia, ellos lo han perdido todo. Me preocupa una mierda el examen, cuando ellos están entre la vida y la muerte. No quiero estar bien, si ellos lo están pasando tan mal. No lo merecen. Quiero ayudarles, pero lo que yo pueda hacer, no servirá de mucho. La naturaleza es sabia. La naturaleza sabe que lo estamos haciendo mal. Y lo que ha ocurrido en Japón no es casualidad. Ha sido sólo un aviso, un aviso a la humanidad.
El día 11 de marzo de 2011 no va a olvidarse en mucho tiempo. Ese día a las 6:46 (hora española) Japón sufría un terremoto de magnitud 8.9 en la escala de Richter. Parecía que ese terremoto no habia provocado grandes daños. Los edificios aguantaron muy bien la sacudida. Pero desgraciadamente, eso era sólo el principio. El movimiento sísmico de las placas provocó un gigantesco tsunami que barrió las costas del noroeste de Japón. Cuando miraba las imágenes, las casas y los edificios parecían de juguete. El agua se los comió como si nada. Pero lo peor aún estaba por llegar. La central nuclear de Fukushima (1971) no pudo soportar el terremoto. El tsunami impidió la refrigeración del reactor 1. La presión dentro de la central empezó a subir. La central comenzó a liberar gases radiactivos. Pocos días después se produce la explosión del reactor 3. Este accidente nuclear nos llevó a los países desarrollados a cuestionarnos su peligro y si de verdad estábamos dispuestos a correr ese riesgo. Mientras tanto, en algunas zonas de Japón la radiación es cuatrocientas veces superior a la normal. Japón lucha a contra reloj para evitar otro Chernóbil. Cincuenta personas sacrifican sus vidas por intentar combatir contra los reactores. Luchan armados con agua de mar, respirando cada día un número tan elevado de radiación que su cuerpo no puede asimilar. Y son completamente conscientes que dentro de poco tiempo van a morir. Cincuenta personas sacrifican sus vidas para salvar a su gente, a su país. Cincuenta personas con un corazón demasiado grande para su pecho. Cincuenta personas que serán recordadas como héroes.
La catástrofe de Japón ha terminado con la vida de 8.450 personas, y hay 13.000 personas desaparecidas. En muchas zonas del país no hay electricidad, ni agua, ni comida. Las personas que han perdido su hogar a causa del tsunami están refugiadas en pabellones y oficinas. Sin embargo, el caos de Japón no se huele en las calles. En los supermercados la gente hace cola, espera su turno, paciente, para poder comer. Nadie roba, ni destroza nada. Se ayudan los unos a los otros. La cultura japonesa es un ejemplo de civismo, digna de admirar. Si esta horrible catástrofe pasara aquí, los daños se hubieran triplicado y el caos hubiese sido absoluto. Me odio por decir esto, pero suerte que se ha sido en Japón. Japón es el país más avanzado. Su crecimiento ha sido impresionante, muy rápido y en muy poco tiempo. Los edificios construidos están diseñados para soportar grandes terremotos. Tienen un ejército, unos equipos de rescate, una policía, unos bomberos de muy buena calidad.
Esto ya ha pasado antes. Japón ya ha estado en estado crítico una vez: cuando finalizó la segunda guerra mundial. Japón estaba destrozado, aniquilado. Apuesto por Japón y sé que saldrá adelante, porque ya lo hizo una vez. No existe país igual. Hay talento, trabajo, esfuerzo, respeto, valentía, capacidad y ganas de crear. Cuando Japón se recupere, preparémonos, porque quien se tropieza con la misma piedra dos veces, no lo hace tres. Japón ya sabe donde está la piedra. Por eso va dos pasos por delante.