Después de semanas de lluvias y de días grises, hoy el sol brillaba en el cielo, provocando una sonrisa en el rostro de la gente. La primavera estaba al caer, y la olíamos por todas partes. En un pequeño y humilde piso, en la calle cuyo nombre nadie conoce, se despertaba un chico molesto por los rayos del sol que se colaban por su estropeada persiana. Su viejo despertador le había vuelto a fallar, y mientras se vestía y se preparaba un café a la vez, se insultaba a sí mismo por no recordar comprar otro despertador. Algunos considerarían el estado de su piso más propio de los puercos que de una persona. Pero para él en eso consistía vivir sólo, vivir cómo te da la gana, con el tipo de organización que quieres, en su caso: ninguna organización era su organización. Cinco minutos más tarde ya estaba corriendo hacia el trabajo, salpicándose en los charcos, esquivando a la gente, apresurándose para intentar no llegar media hora tarde. El muchacho trabajaba de camarero a media jornada, para poder pagarse los estudios y el piso. Cuando terminaba de trabajar, se llevaba un bocadillo de almuerzo. Hoy estaba contento porque podía comer fuera, sentado en un banco del parque, disfrutando del sol y escuchando las poco apreciadas melodías de los músicos callejeros. Hoy el encargado de poner música en su almuerzo era un saxofonista, de piel morena y de edad avanzada, pero con una elegancia innata. A pesar de que el pan estaba pasado, el chico se comía su bocata con hambre, acompañado por una alegre pieza de jazz. Sentada en el banco de enfrente, a unos veinte o treinta metros, una chica joven con el pelo largo y castaño se había fijado en él. Se cruzaron la mirada. La chica le sonrió, y él, tímido, bajó la vista. Su corazón se aceleró, estaba sonriendo por dentro. El saxofonista se dió cuenta del juego de miradas y sonrisas, y empezó a tocar la memorable melodía de Fly me to the moon de Frank Sinatra, mientras le guiñaba el ojo al muchacho. La chica se levantó y se acercó al saxofonista para darle propina, y antes de irse, le regaló otra mirada al chico. Y el chico, medio embobado, observaba como se alejaba.
- Pero chico, ¿qué haces? Espabila y ve detrás de ella.
El saxofonista miraba al chico fijamente. El chico miró el reloj de la plaza, casi las cuatro. Si no se apresuraba llegaría tarde a una importante conferencia de la universidad. La chica estaba a punto de cruzar la calle. El chico miró al saxofonista, y sonrió.
http://www.youtube.com/watch?v=5VXieTCqWzc
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