Caminando por la orilla,
pisando la arena y salpicando agua, bajo el sol abrasador. Detrás,
voy dejando el rastro de mis pisadas, una dulce cenefa que la espuma
de las olas va borrando poco a poco. El mar, de un azul plagiado del
cielo, me susurra palabras desde el horizonte. Parece que me está
gritando, pero yo, cegada por el sol del sur, no lo escucho. Hace
rato que el agua no llega a mojarme los pies. De repente, oigo
gritos, llantos, corridas. Abro los ojos, y me quedo atónito mirando
cómo el mar se está comiendo el cielo.