diumenge, 29 d’abril del 2012

Supervivencia

“Es ella o yo. Y ahora mismo no puedo permitirme ese lujo. Mi familia me necesita.” Se acerca a ella despacio, está tan asustado que no siente su cuerpo y apenas puede pensar con claridad. La mira a los ojos, húmedos y aterrorizados, y de su boca salen dos palabras sin sonido: lo siento. Con la mano temblando clava el cuchillo justo en su corazón, no quiere que sufra. Tira el cuchillo al suelo, su brazo y su cara están manchados de sangre, su cuerpo se derrama. Unos minutos más tarde su cuerpo y su mente parecen estar de nuevo en funcionamiento. Se levanta rápido, con las ideas claras. Coge el dinero de la caja, y sale por la ventana sin dejar rastro. Sube a la moto, la adrenalina le obliga a dar gas y augmentar la velocidad. Consigue recuperar la serenidad e intenta calmar sus emociones. En cuanto llega al río, quema la chaqueta negra y los guantes en la orilla y se lava la cara y las manos. Los primeros rayos de sol se cuelan por entre los edificios. Se fuma un cigarrillo mientras goza del espectáculo del nacimiento de un nuevo día.
Cierra la puerta sin hacer ruido, aún es muy temprano y no quiere despertar a nadie. Deja los croasanes recién hechos encima de la mesa. “Qué bien huelen. Los niños van a alucinar. Se acabó pasar hambre.” Se pone a la cama despacio, pero es incapaz de dormir. Contempla a su mujer mientras duerme, y le acaricia el pelo y la cara. Su rostro ha envejecido más de lo que debería. Le abraza y cierra los ojos. “A partir de ahora todo va a ir bien.”


http://www.youtube.com/watch?v=w_eByNkmuLQ

diumenge, 15 d’abril del 2012

Un minuto

Apagó el despertador con un golpe seco. Entró a la ducha acto seguido sin reaccionar al agua fría. Cada día era igual, pasados dos días desde su llegada al apartamento le comentó al casero que no tenía agua caliente y el casero se lavó las manos, y ahora ya se había acostumbrado. Preparó café, y se lo bebió, habituado a su amargo sabor y al resabio que le dejaba al final. Se puso el traje gris, el mismo de ayer y de antes de ayer y del lunes, por que el negro aún no lo había limpiado. A las ocho menos cuarto salió de su pequeño piso, y bajó las escaleras cómo cuando era pequeño: tres escalones rápidos, dos lentos, otra vez tres rápidos y un salto hasta llegar al rellano. Se esperó diez segundos antes de abrir el pórtico de la entrada, y cuando salió a la calle tropezó con una chica, la chica que trabajaba de asistenta en el tercero B de su mismo edificio. La chica le sonrió y él sujetó la puerta para que entrara. Le dio los buenos días y salió a la calle. Se deslumbró con el sol durante unos segundos, el contraste de la oscuridad de su piso con la luz del día era abismal. El día era radiante, ya podía oler el verano. Se cruzó con las mismas personas de siempre: el viejecito que paseaba al perro, el hombre del ceño fruncido permanente que tenía pinta de empresario, la señora rica con una máscara de maquillaje, el muchacho de los cascos el que cada vez que le pasaba cerca podía oír la música que estaba escuchando y estaba casi seguro que era Nirvana, las dos niñas que iban camino a la escuela y que siempre le sonreían...y ella. Cada día con un peinado distinto aunque simple y acertado, y con la única decoración del granate de los labios ligeramente curvados; aún no había conseguido verle los ojos, porque caminaba con la mirada fijada al suelo. Siempre escuchaba música, pero a diferencia del muchacho, sólo la podía oír ella. Cuando ella le pasaba por el lado, él siempre sosegaba su caminar y se giraba para ver su tatuaje en la nuca: misterioso y sensual. Le dejaba una sensación de intriga, no sabría explicar aquél tatuaje. Cada día que lo veía le parecía distinto.
En cuanto llegó al semáforo, algo no era como siempre. Miró alrededor, y no encontraba que era lo que rompía con la uniformidad. Empezaba a inquietarse. Retrocedió unos cuantos pasos. Giró sobre si mismo. Ahí estaba. Justo a su izquierda. En el poste de madera había colgado un cartel de color rosa. Se acercó muerto de curiosidad y lo leyó. Sonrió al instante.