- Me salvaste la vida. Cuando creía no tener fuerzas para seguir avanzando, cuando pensaba que la vida me había abandonado, llegaste tú. Éramos dos personas que nos sentíamos solas, en una noche de diciembre. Teníamos frío y falta de amor. Siempre recordaré la noche en la que nos conocimos. Ni que quisiera la podría olvidar. Estaba sólo y amargado en la barra de aquél bar, y tú entraste y te sentaste a mi lado. Estabas dolida, te hicieron daño. Te pedí si tenías fuego, y me regalaste un mechero, diciéndome que estaba maldito. Nos emborrachamos juntos. Estoy seguro que dábamos pena. Luego paseamos bajo las luces navideñas y nos sentamos en un banco al lado del río. Me contaste que no querías estar sola otras navidades, que la navidad es la única época del año que no se debe pasar en soledad, que es muy triste. Sentías que la vida te estaba pasando demasiado rápido, que tu tiempo se estaba consumiendo. Ahora entiendo esas palabras. Luego echaste a llorar cómo una niña pequeña y te refugiaste en mis brazos. Olí tu pelo, y sentí que una droga recorría todas las venas de mi cuerpo. Nos dormimos abrazados en ese banco. Éramos dos desconocidos, pero teníamos una cosa en común, y nuestros destinos se encontraron, cómo cuando se cruzan dos ríos que se unen hasta llegar al mar. A la mañana siguiente, comprendí que tú eras la persona que estaba esperando. Y que nosotros dos, juntos, íbamos a desembarcar en una vida nueva. Cuidaste siempre de mí y me protegiste. Pero si hubiera sabido todo esto antes, hubiera aprovechado al máximo cada segundo a tu lado. Pero sé que me querías, y eso es más que suficiente. Has hecho que vuelva a creer en el amor. Tú cambiaste mi vida, y te lo debo todo. Gracias.
Una lágrima bajó por mi mejilla, y cayó encima del papel. Levanté mi cabeza, y vi que todos me estaban mirando con lástima. Husmeé en el bolsillo de la americana, y cogí el mechero con fuerza. Aún con la mano en el bolsillo bajé del altar y me senté en el banco.
Mariona Rodríguez